A vueltas con la radio… que se ve

El medio hertziano adapta a la pantalla el lenguaje sonoro

Luismi Pedrero
7 min readAug 2, 2018

Mi admirado Pacman, creador de uno de los blogs más cuidadosos y reconocidos sobre la radio en España: Radiochips, en referencia a los fragmentos grabados que cada día ilustran sus comentarios, aborda en un extenso post de provocador título –«La radio es una mierda»– el controvertido asunto de la “radio visual”. Un asunto que además es un trasunto en el sentido de este término (representación de algo), pues parece que el concepto no identifica con pertinencia las heterogéneas y hasta confusas prácticas a las que se refiere.

Dado que parte de sus reflexiones se asientan sobre un comentario que formulé en Twitter en torno a un vídeo donde el periodista Pedro Blanco avanzaba los contenidos de Hora 25, y también sobre la conversación que mantuvimos después en esa red social, voy a tratar de completar aquí mis razonamientos porque, como él mismo advierte, algunos no se entienden del todo, y porque así espero corresponder a su meritoria inquietud por promover el intercambio de opiniones y percepciones acerca de la radio.

El debate se centra en la conveniencia (o no) del uso de imágenes a las que el medio sonoro ha recurrido en diferentes etapas, y al mismo tiempo en la etiqueta con la que denominar esa estrategia. La cuestión de la nomenclatura en las nuevas expresiones comunicativas suele resultar conflictiva, más aún cuando se acuñan neologismos en apariencia contradictorios. ¿Cómo llamar a la radio que se ve?, me preguntaba en este texto publicado en Innovación Audiovisual hace ahora tres años. Aún recuerdo la escueta respuesta en Twitter del propio Pacman: «tele».

Sin ánimo de teorizar, menos aún de polemizar, la irrupción de Internet ha diluido la naturaleza clásica de la radio, la prensa y la televisión: la llamada ‘convergencia digital’ se traduce en la convivencia de (casi) todo tipo de lenguajes en (casi) todo tipo de soportes de acceso a la red –el profesor Carlos A. Scolari lo sintetiza con un esclarecedor #mediaevolution — , hasta el punto de que en el entorno online no cabe hablar tanto de ‘radio’ o ‘televisión’ como de contenidos de audio o de vídeo, sobre todo cuando se consumen bajo demanda. ¿Son ‘televisiones’ YouTube o Netflix? ¿Hay que considerar como ‘radio’ la oferta de un agregador de podcasts que no se difunden desde emisoras?

En efecto, como recuerda Pacman, el recurso a la radio con imágenes se remonta a mucho tiempo atrás, a un escenario analógico en el que las cadenas televisivas intuyeron que el éxito de algunos programas hertzianos o la popularidad de sus presentadores y colaboradores podía sostener su retransmisión catódica, pese a que ni aquel discurso ni su puesta en escena se acomodaban a las exigencias estéticas de la pequeña pantalla. Pero fue la industria de TV (no la de radio) la que apostó por tales experimentos, más o menos rentables porque contribuían a rellenar horas a bajo coste en canales o en franjas de escasa audiencia.

Obviamente, no se conseguía ninguna innovación tecnológica en la emisión televisiva de un programa de radio tal y como se producía para la antena; si acaso, se satisfacía la curiosidad por conocer cuáles son los gestos y actitudes de los locutores ante el micrófono (y no tanto sus rostros, ya familiares para oyentes y espectadores). Pero el impacto de la TV ayudaba a ampliar la audiencia de la radio y, en general, las cámaras no interferían en el desarrollo de los programas: quienes los escuchaban no sentían que la narrativa sonora se viese adulterada por aquella extraña presencia.

Eso tampoco sucedió con las webcams que a comienzos del nuevo siglo proliferaron por los estudios de cadenas generalistas y musicales, que lejos de concebirse como una aportación al lenguaje o los contenidos, respondían al interés de las empresas del sector por demostrar que la-radio-ya-era-digital (y, de paso, por atraer tráfico hacia las páginas webs que brindaban aquel streaming). «No hay nada tan aburrido como ver a un locutor esperando a que pasen tres canciones para abrir el micrófono: en ese tiempo no sucede nada interesante, más allá de ver al disc jockey agachado, mirando su móvil, rascándose alguna parte de su cuerpo o hurgándose la nariz o las orejas», reconoce el periodista Tito López en este artículo donde expone experiencias realmente originales en este campo.

Se han ido asentando y abaratando las redes de conexión, y el smartphone se ha erigido ya en dispositivo dominante de acceso a Internet con abrumadora contundencia, ¡sobre todo en España! Somos el país con más terminales inteligentes por habitante del mundo (92%, al igual que en Singapur), aquel donde más perfiles sociales tienen abiertos sus ciudadanos y donde, según la Fundación Telefónica, la mitad de los jóvenes entre 15 y 24 años ya consumen todo su tiempo en Internet desde el móvil. ¿El nuevo ‘transistor’? Sí, pero también el nuevo ‘televisor’, y la nueva ‘consola’, incluso el nuevo ‘periódico’. Aunque con una salvedad: para ver la tele, jugar a videojuegos o leer las noticias ya se usaban los ojos. ¿Y la radio? ¿Cómo introducir en una pantalla el contenido de un medio dirigido al oído?

Por paradójico que resulte, el audio que suministran los móviles primero se ve y luego se escucha: ocurre también con las plataformas de música, de podcast o de audiolibros, que siempre han tratado de diseñar atractivas ilustraciones y funcionales menús de navegación. Sin embargo, el formato más demandado en Internet no es el audio, sino el vídeo, incluso para escuchar canciones, ¿o no se ha normalizado el uso de YouTube como simple reproductor de música? Consciente de que el smartphone canibaliza el tiempo de consumo digital y de que los portales de videos y las redes sociales concitan la atención casi exclusiva de los más jóvenes, la radio ha asumido que su contenido sonoro necesita “revestirse” para hacerse un hueco en estos nuevos y concurridos entornos.

Sobre esta premisa se asientan cuantas iniciativas visuales están adoptando los operadores con mayor o menor imaginación, aceptación o impacto. De entrada, la mayoría de los estudios cuenta hoy con equipamientos para la retransmisión multicámara de lo que allí ocurre, en directo o diferido, a través de Internet, las redes sociales o incluso la televisión (como cuando Espejo Público en Antena 3 conecta con Más de Uno de Onda Cero: otra vez la radio en la tele, sí, pero ahora quien produce la señal es el medio sonoro). Los locutorios emulan a los platós porque así la radio gana prestancia en las pantallas, las fijas y las portátiles, irrumpiendo en un programa de TDT o en el timeline de Twitter. Hay quienes se encuentran con ella y de ese modo refuerzan o recuerdan su hábito de escucha. Pero también hay quienes simplemente… ¡la descubren!

Coincido con la oportuna apreciación de Pacman: «La chavalería no está enganchada en masa a la radio. No pasa ahora ni en el año 2000, ni en 1980. Sin embargo, luego la gente se va haciendo mayor y va consumiendo radio. Y no necesitaron el uso de pantallas». Cierto. Como también la evidencia de que, con una pantalla en la mano desde su infancia, muchos niños hoy no saben lo que es una radio si en sus hogares no se utiliza con mínima asiduidad. Hace veinte años que imparto la asignatura de Programación Radiofónica en la Facultad de Comunicación de la UPSA, y el primer ejercicio que solicito a mis alumnos al inicio del curso es un ‘tour’ por el dial de FM de Salamanca. La anécdota tuvo lugar en septiembre de 2013 cuando, mostrando su móvil en la mano, algunos me replicaron con perplejidad: «Perdone, profesor, pero ¿qué es el dial? ¿Cómo nos lo podemos bajar?» Y así desde entonces.

Las imágenes, vídeos, animaciones, notificaciones en apps y programas en YouTube que ahora crea la radio para su distribución en los canales online no se dirigen necesariamente a quienes ya son oyentes y disfrutan con las palabras, las músicas, los efectos y los silencios del tradicional (y sonoro) lenguaje radiofónico, incluso aunque se interesen por su valor añadido en la retransmisión de una entrevista a un personaje de actualidad (cuyos gestos de comunicación no verbal a veces aportan más información que sus declaraciones), de un debate, de la edición especial de un programa o la narración del periodista deportivo desde el propio estadio. La simple contemplación de ese contenido refuerza la adscripción del usuario al emisor radiofónico, pero es que, además, estos ingredientes (incluidos los avances de Hora 25) ayudan a sumar nuevos afines a la causa.

Que a la radio le importa sobremanera la producción de video como complemento al audio y ‘gancho’ para su consumo lo evidencian la figura del editor de radio visual que BBC incorporó a su estructura en 2013 con el fin de impulsar sus canales en YouTube (BBC Radio 1, el formato de música para jóvenes, suma allí más de 5 millones de suscriptores), o la apuesta de Los 40 por virales de formato cuadrado para Instagram, o la aplicación Radio 3 Extra –«Creamos contenidos sin diferenciar audio o vídeo y así hemos conseguido rejuvenecer la audiencia de Radio 3», según Tomás Fernando Flores– , o la reciente plaza para trabajar como cámara de vídeo y edición de vídeo digital convocada por COPE.

El escenario del ocio y entretenimiento digital no lo conforman ya la tele, la radio o la prensa, sino un conglomerado cada vez más hibridado de contenidos empaquetados para su distribución multidispositivo, multicanal y multimedia. Entre ellos, se llame como se llame, la radio en y con imágenes concebidas y producidas para reforzar su marca sonora y, en última instancia, para ganar oyentes. Aunque primero sean espectadores. Y aunque ese contenido sea… visual.

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Luismi Pedrero
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Written by Luismi Pedrero

Periodista, profesor e investigador en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Francisco de Vitoria (Madrid)

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