El ‘Trotadiscos’ de Ángel Casas

Luismi Pedrero
6 min readOct 1, 2022

Así recordaba el periodista fallecido el 1 de octubre de 2022 su aventura junto a Rafael Turia y Constantino Romero en el mítico programa Trotadiscos de Radio Barcelona (1971-1975)

Años de ‘Trotadiscos’, por Ángel Casas

Texto publicado en el libro La radio musical en España. Historia y análisis, de Luis Miguel Pedrero Esteban. IORTV, 2000, pp. 50-52.

Corría 1970 y yo, como tantos otros colegas generacionales, practicaba el pluriempleo. Era comentarista musical en Fonogramas, ese Nuevo Fonogramas mítico del cambio de década, en el que mal pagados pero estimulados por Elisenda Nadal, compartíamos páginas con Terenci Moix, El Perich, Maruja Torres, Lola Salvador y una lista excitante de gentes que supieron inventar el verdadero nuevo periodismo español.

Con humor, mala leche y antifranquismo visceral y simulando hablar sólo de cine, teatro y música. Escribía también en Tele/Exprés una sección surrealista en la que convertíamos en cómic una entrevista con un protagonista de la actualidad. Y colocaba artículos en Destino, Serra d’Or, Lecturas –con pseudónimo– y cuantas publicaciones fuera menester, con el noble propósito de llegar, tacita a tacita, a fin de mes.

En la radio había conseguido colarme en aquella Radio Juventud de Barcelona inolvidable donde se rompía, programa a programa, el estilo almidonado que imperaba en las ondas. No estábamos solos. Enanos infiltrados, según el argot de la época, bailando cada uno a su son, se entrometían y hacían propuestas nuevas desde diversas emisoras de España. Con José María PallardóEl clan de la una, legendario–, Rafael Turia, Françoise, Juan Comellas y luego Jordi Estadella y Tito B. Diagonal, habíamos fraguado una aventura de medianoche llamada Al mil por mil. Radio libre, dentro de lo que cabía, y, sobre todo, música libre. Revolución de las formas, eso sí, y de algunos, aunque apenas perceptible, fondos.

Pero llegó el verano y con él los proyectos y propuestas para la temporada siguiente. En el interín, Pallardó, Constantino Romero y yo mismo nos fuimos –mochila al hombro y tienda de campaña– al Festival de Wight (Reino Unido) para vivirlo en carne propia y contarlo a lectores y oyentes. Creo que de esos días de calor, penurias y rock’n’roll, y de esas noches en que sacudimos el frío a base de Fundador y trozo de chorizo cantimpalo, nació la amistad que aún perdura. Incapaz de convencer a la gente de Tele/Exprés de la necesidad de abrir una sección diaria de comentarios sobre música pop, acepté la propuesta de El Correo Catalán e inicié una sección crítica, día tras día, que me entretuvo durante diez años. De allí al Mundo Diario, y cuando el fiasco de aquel proyecto, de nuevo al Correo.

Por otro lado, me llegó la invitación de incorporarme como guionista y programador a un espacio que ya funcionaba en la Segunda Cadena de TVE –el UHF que se llamaba– titulado Luces en la noche. Blanco y negro puro y duro y programación variopinta entre la que yo intercalaba monográficos de Canarios, Màquinal y algún que otro grupo extraterrestre. La aventura duró una temporada. Jamás hubo entente entre el realizador y yo, un capitán del ejército que por las mañanas mandaba en el cuartel y por las tardes ejercía el mando en el plató de Miramar. Mi aspecto desastrado, de largos pelos y casaca como militar comprada por cuatro libras en un mercadillo de Londres, le sacaba de quicio. Para salvar la temporada y el contrato nos limitábamos a cruzarnos el saludo al comenzar la grabación. «Hola, melenudo», me decía el capitán con indumentaria de calle. «Hola, calvo», le respondía yo con la licencia militar en el bolsillo, por un si acaso.

Manolo Terán había irrumpido en Radio Barcelona con ideas. Rojillo, excitante conversador e inveterado gourmet que redondeaba la comidas con Fernet Branca o Calvados y un magnífico Montecristo, tuvo la ocurrencia de contratarme para que le montara el último programa antes del parte de las diez, un súper musical con la participación de tres disc jockeys antagónicos: Juan Castelló Rovira, un periodista de informativos, Pepe Antequera, un especialista en copla de consumo y raphaelismo, creador de los premios anuales radiofónicos ‘Olés de la Canción’, y Constantino Romero, un tipo al que yo admiraba profundamente antes de conocerlo por un programa de noche titulado Radio Young que le convertía, en mi consideración particular, en el mejor disc jockey del país. Un tipo en las antípodas de la radiofórmula musical, que acariciaba el disco, que lo hacía suyo, que te transmitía el sentimiento y traducía la letra de los Dylan, Simon & Garfunkel, James Taylor o Crosby, Stills, Nash, e incluso Young.

El equipo de ‘Trotadiscos’: José Mª Baqué, Constantino Romero, Ángel Casas, Rafael Turia y Manolo Cornejo. Imagen tomada de ’70 años de radio. Una vida de radio 26’, de Antoni Mascaro

A aquella misión imposible la titulamos Trotadiscos. El propósito noble era sacudirnos el fantasma de Los 40 Principales que comenzaba a uniformar la programación musical de la SER. Allí estaba yo, esquivando las órdenes musicales que llegaban de Madrid, y tratando de poner orden, estructura, criterio y discos, a un programa con presentadores tan antitéticos. Los primeros meses fueron duros. La profesionalidad de los tres disc jockeys mantenía el aspecto cohesionado, pero en un momento de ruptura musical, de irrupción del rock con toda su fuerza, ese intento de coexistencia pacífica entre fieles escuchadores de Manolo Escobar, Mari Trini y Rolling Stones era radiofónicamente imposible. Así que hablé con Terán y propuse el cambio. Trotadiscos quedó definitivamente estructurado con Constantino Romero y Rafael Turia en el escaparate, José María Baqué en los giradiscos –a él se debe la sintonía emblemática robada a un LP de The Flock–, Manolo Cornejo en el control y los efectos y uno, liberado del lastre imposible, realizando.

Fueron buenos años, propusimos nueva música y nuevos modos. Inventamos un Trotadiscos Session los lunes, en el que se ofrecía una actuación en directo y con público desde el estudio. Organizamos viajes al epicentro europeo del rock’n’roll, patrocinamos conciertos, nos sacudimos el yugo de Los 40 Principales. El programa pasó de local a nacional, y en el 72 nos premiaron con un Ondas inesperado. Fueron buenos años, dice la gente con la que uno se cruza hoy, un cuarto de siglo después. En enero del 74, Manolo Terán, harto ya de estar harto, abandonó la SER y nos dejó a nuestra suerte. A nuestra mala suerte. La batalla musical era solo un aspecto de las intrigas intestinas de la cadena. Así que, sin manto protector, nos quedamos a merced de la antropofagia de los ‘principales’, concretamente 40. Y nos obligaron a tirar la toalla.

Jorge Arandes, director de Radio Nacional, nos ofreció trabajo en la acera de enfrente (pasar de Radio Barcelona a Radio Nacional era tan sólo cruzar el Paseo de Gracia) y Constantino, Turia y yo aceptamos. Pero los nuevos directivos de Radio Barcelona, cargados de mala leche, buscaron dinamitar el equipo y lo consiguieron. Le ofrecieron a Rafael Turia quedarse con los espacios radiofónicos que vaciábamos con nuestra marcha si no se sumaba a ella, quedarse como rey del mambo –bueno, rey del rock– en la emisora. Turia tuvo un mal día y nos dejó en la estacada. Allí murió Trotadiscos y cualquier posibilidad de resucitarlo. Constantino Romero y yo recogimos nuestros papeles y nuestros discos, empaquetamos el Ondas y cruzamos la calle para iniciar en Radio Peninsular –la emisora comercial, entonces, de Radio Nacional– dos nuevos proyectos: Rock alrededor de las siete, a las siete de la tarde, todos los días, y Rock en vivo, los sábados por la tarde, con actuaciones en directo, desde la mítica sala Zeleste. Eso ocurrió en septiembre de 1975.

Pedrero Esteban, Luis Miguel (2000). La radio musical en España. Historia y análisis. Madrid: IORTV

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Luismi Pedrero

Periodista, profesor e investigador en la Facultad de Comunicación y Artes de la Universidad Nebrija (Madrid)